4 de noviembre de 2007

En busca de una nueva era

Por: Carmen Álvarez
Excelsior

En el norte de California se encendió el interruptor de un enorme radiotelescopio diseñado para buscar vida extraterrestre, que será capaz de rastrear más de un millón de sistemas estelares

Catorce años después de que el senador Richard Bryan congeló de manera “irrevocable” el presupuesto para la búsqueda de civilizaciones extraterrestres por la NASA, la búsqueda de “civilizaciones tecnológicas” en el espacio toma un nuevo impulso con la inauguración del primer radiotelescopio del mundo que dedica las 24 horas de los siete días de la semana a la cacería de la ansiada señal que confirme que, después de todo, la humanidad no está sola en el universo.

El Instituto SETI junto con la Universidad de Berkeley lograron el pasado 11 de octubre la conexión de las primeras 42 antenas —de un total de 350— para iniciar el rastreo, provocando que los científicos que hicieron esto posible recordaran los obstáculos —y burlas— que tuvieron que soportar antes de alcanzar este objetivo, después que Bryan les anunció en septiembre de 1993, que la “gran cacería de marcianos llegó a su fin” y que quedaban fuera de los programas oficiales de la NASA por no haber podido hallar a ningún hombrecito verde.

“Atravesamos la barrera del ridículo”, declaró Carl Sagan (1934-1996) 33 años después de la reunión secreta de Green Bank, Virginia, que en 1960 sentó las bases para la creación del SETI, un acrónimo en inglés, que significa búsqueda de inteligencia extraterrestre (Search for Extra Terrestrial Intelligence), con la participación de Melvin Calvin, Premio Nobel de Química.

El eco de aquellos difíciles momentos resuena aún en la memoria de los pioneros de la bio-astronomía que hace apenas unas cuantas semanas tenían que conformarse con 20 sesiones de trabajo de 12 horas cada una, cada seis meses, en el radiotelescopio de Arecibo, Puerto Rico, por ejemplo, o con escasas 500 horas durante los cuatro años transcurridos de 1972 a 1976, para buscar vida inteligente más allá de la Tierra.

Ahora tienen todo el cielo a su disposición para hurgar entre las 400 mil millones de estrellas de nuestra galaxia, en su catálogo de millón de estrellas cercanas al sol, o más allá, para echar a volar la imaginación igual que los conquistadores españoles que en Lisboa soñaban con hacerse a la mar en 1492, al mando de Cristóbal Colón.

Un año después, el 15 de marzo de 1493, el genovés lavó con la presentación de ornamentos de oro, muestras de plantas, animales y seis indígenas en la Corte de Fernando e Isabel, los desprecios, incredulidad y malos entendidos que padeció antes de descubrir el Nuevo Mundo.

Aunque no fue buen conquistador Colón corrió al menos con mejor suerte que Giordano Bruno quien en 1600 fue quemado, en parte, por proclamar su teoría de que había mundos habitados por otros seres.

“Te apuesto una taza de café a que vamos a lograr algo. Vamos a ver, vamos a ver”, anticipa a Excélsior Seth Shostak, astrónomo en jefe de la “granja” de antenas distribuidas en la hectárea que alberga el nuevo radiotelescopio, construido con fondos de la Fundación de la familia de Paul G. Allen, el cofundador de Microsoft.

El instrumento recibió el nombre de Allen Telescope Array (ATA) en honor de este benefactor que se sumó a The Planetary Society y a los numerosos patrocinadores privados que salvaron el proyecto de la desaparición del escarnio por no haber podido encontrar “ni un solo hombrecito verde”, como les reprochó el senador Bryan al cortar el financiamiento gubernamental hace 14 años y precipitar su salida del proyecto oficial de la NASA.

“Le pusimos motores a La Niña, La Pinta y la Santa María”, dice entusiasmado Shostak en entrevista telefónica desde Hat Creek, sede del instrumento instalado a 464 kilómetros al noreste de San Francisco.

“Si recibimos una sola señal de vida extraterrestre tendremos la noticia más importante del siglo: estaremos viendo el principio de una nueva era para la Humanidad”.

Pero ello no significa necesariamente, aclara, que se puedan descifrar las señales que esperan recibir algún día de otra civilización tecnológica más antigua y más avanzada de algún lejano planeta.

El hallazgo, anticipa, será como si los aztecas y los mayas hubiesen rescatado de la playa unos libros provenientes del otro lado del océano, sin entender su contenido ni su valor, mucho antes que los conquistadores llegaran a someterlos.

“Probablemente vamos a tener el mensaje en un museo o en nuestros discos duros, pero no seremos capaces de comprenderlo” estima.

Al echar también una mirada retrospectiva Leo Blitz , director del Laboratorio de Astronomía de la Universidad de Berkeley, destaca que a casi 50 años de que Frank Drake presentó su famosa ecuación matemática sobre la posibilidad de que halla vida inteligente fuera de la Tierra, no ha habido grandes avances en la materia.

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