Aportado por Eduardo J. Carletti
Axxón
Fuente: La Nación
Fuente: La Nación
Durante casi tres décadas, un pequeño laboratorio de la Universidad de Princeton se las arregló para avergonzar a la dirección de la universidad, indignar a sus premios Nobel, atraer el apoyo de los filántropos y llegar a ser tapa de la prensa internacional gracias a sus esfuerzos por probar que el pensamiento puede alterar el curso de las cosas.
A fin de mes, sin embargo, el Laboratorio de Investigación de Anomalías en Ingeniería de Princeton (PEAR, en sus siglas en inglés) cerrará sus puertas, no porque haya habido polémica, sino porque, como dice su fundador, ha llegado la hora.
Este laboratorio ha realizado, desde su pequeña oficina ubicada en el subsuelo del edificio de ingeniería de la universidad, estudios sobre percepción extrasensorial y telequinesia desde 1979. Hoy, sus equipos ya están viejos y los recursos económicos son escasos.
"Durante 28 años hemos hecho lo que hemos querido, así que no hay motivo para quedarse y seguir haciendo más de lo mismo", dijo el fundador del laboratorio, Robert G. Jahn, de 76 años, antiguo decano y profesor emérito de la escuela de ingeniería de Princeton. "Si la gente no nos cree después de todos los resultados que hemos obtenido, nunca lo hará", añadió.
Princeton no hizo ningún comentario oficial al respecto.
El cierre pondrá fin a una de las más raras historias de la ciencia moderna, o ciencia ficción, depende del punto de vista de cada uno. El laboratorio ha mantenido durante mucho tiempo una relación tirante con la universidad. De hecho, muchos científicos han mostrado abiertamente su desdén.
"Ha sido una vergüenza para la ciencia, y también una vergüenza para Princeton", dijo Robert L. Park, un físico de la Universidad de Maryland, que además es autor del libro Voodoo Science: The Road From Foolishness to Fraud (Ciencia vudú: la ruta de la estupidez al fraude). En algunos de los experimentos de PEAR, los participantes se sentaban frente a una pequeña caja electrónica que destellaba al azar números del uno al 100. Los visitantes debían, tan sólo, pensar en alguna de estas cifras mientras observaban la caja. Los investigadores luego buscaban las diferencias entre el resultado de la máquina y al azar.
En el laboratorio concluyeron que la gente podía modificar el comportamiento de estas máquinas, y si esto era posible, argumentaba Jahn, entonces podría también generar cambios en otras áreas de la vida, y ayudar, por ejemplo, a curar enfermedades.
Su labia fascinaba a muchos y atrajo a decenas de estudiantes de Princeton y de otros lugares, pero a los científicos los dejaba impasibles. Muchas revistas científicas se negaron a publicar sus trabajos. Un editor llegó a decirle que le publicaría uno "si se lo hacía llegar telepáticamente".
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