Por: Luis Ignacio Parada
La promesa electoral más extraña que se conoce la hizo el 31 de julio de 2000 el actual presidente de Estados Unidos, George Bush. Durante una rueda de prensa presentada por el corresponsal de la CNN Jonathan Kart, prometió que si llegaba a la presidencia desvelaría los secretos de los ovnis. No es la promesa más rara de la Historia. Un rey de la India sentenció a muerte a un hombre, el cual le propuso: «Si me perdona la vida, yo enseñaré a su caballo a volar en el plazo de un año». «Conforme», dijo el rey. «Pero si, al cabo de ese tiempo, el caballo no es capaz de volar, serás ejecutado». Cuando, más tarde, le preguntaron al indultado cómo pensaba cumplir lo prometido, dijo: «En el plazo de un año, el rey puede morir. O puede que el caballo muera. O, ¿quién sabe?, ¡puede que el caballo aprenda a volar!».
Tal vez para evitar tantas ofertas absurdas, los miembros de la DC argentina impulsaron en 2001 la firma de un convenio que obligaba a los políticos a cumplir sus promesas mediante un voto-contrato firmado por los candidatos con todos los electores en forma individual, en el que se comprometía a presentar los proyectos de ley en menos de 60 días hábiles a contar desde su asunción del cargo. Y si no cumplían lo prometido, los votantes podían pedir su renuncia.
Bush no ha cumplido aquella promesa electoral. Ni tiene ya por qué hacerlo. Porque su amigo Tony Blair le ha liberado del incómodo compromiso: ayer permitió que se hiciera pública una investigación del Ministerio de Defensa británico en la que se revela que la visión de ovnis se debe a la formación en la atmósfera de masas gaseosas incandescentes y que no proceden de otras civilizaciones o potencias hostiles. Lo malo es que los servicios británicos de inteligencia que han llegado a esa conclusión son los mismos que no supieron detectar los atentados terroristas de Nueva York, Madrid y Londres, y los mismos que llevan dos semanas reclutando personal mediante anuncios en los periódicos.
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