20 de agosto de 2006

El verdadero conde-vampiro


Vlad Draculea fue para muchos en Rumania un héroe y defensor de su país, mientras que para otros fue una persona que torturaba a sus enemigos por puro placer

La reina María dejó el castillo Bran en herencia a su hija Ileana, quien residió allí con su familia hasta 1948, año en que el edificio fue expropiado por el régimen comunista.

Sometido al saqueo y a la devastación, fue abierto como museo en 1956, hace 50 años, y sometido a remodelaciones sucesivas entre 1987 y 1993.

Los dos Dráculas

Al hablar de Drácula en Rumania, es preciso distinguir entre el "personaje histórico" y el "literario". El primero es un respetado héroe nacional rumano.

El segundo es un personaje de ficción, fruto de la gran imaginación de un escritor irlandés. El histórico fue uno de los tres hijos del príncipe Vlad, El Dragón o El Diablo, uno de los fundadores del reino de Rumania. Según la tradición, el muchacho fue llamado Vlad Draculea (el hijo del Dragón o del Diablo). Después, el pueblo le añadió el calificativo de Tepes, es decir, El Empalador, por ser esta pena capital a la que condenaba a sus enemigos y a los criminales. Para algunos historiadores, Drácula fue un heroico defensor de los intereses e independencia de su país y del cristianismo, mientras que, para otros, fue un caso patológico, el de una persona que torturaba, atormentaba y, por supuesto, mataba para divertirse, por puro placer. En Rumania, corren muchas anécdotas que hablan del buen gobierno de este implacable príncipe. He aquí una de ellas: cualquier ladrón que fuese capturado en territorio de Vlad Tepes era empalado, sin el menor miramiento. Así, consiguió que no hubiera ningún robo en la población. Para demostrar que en sus dominios imperaba la seguridad pública, el gobernante mandó colocar en la fuente pública una copa de oro, que todos podían utilizar para beber, pero ninguno debía llevársela so pena de sufrir el terrible castigo. La copa nunca fue robada, al menos en vida de El Empalador.

El vampiro

El irlandés Bram (Abraham) Stoker (1847-1912) tuvo una infancia enfermiza que lo convirtió en un ávido lector, en especial sobre el tema en boga por aquel entonces: el vampirismo. Recogió todas las leyendas que pudo y, muchos años después, en 1897, publicó la historia de un vampiro aristocrático, inspirado tanto en la centenaria leyenda de Vlad Draculea como en la del Castillo Bran, (que de noche era un sitio muy tenebroso). La novela Drácula enlaza fragmentos de diarios, telegramas, cartas, recortes periodísticos entre los distintos personajes. Jonathan Harker -ayudante del abogado de Drácula y novio de Mina, el oscuro amor secreto del malévolo aristócrata- es hecho prisionero en el castillo Bran, una de las propiedades del siniestro conde-vampiro. En su diario, el joven relata cómo una bestia -mitad humana, mitad animal- trepa por sus muros. Al fin, el empleado logra huir. Sin embargo, quienes verifican la altura de las murallas del castillo, se preguntan cómo se las ingenió para escapar, sin matarse.

Drácula es, sin duda, la obra maestra de Stoker. Si bien él no fue el inventor de los relatos de vampiros, sí los popularizó y convirtió al sombrío conde en el vampiro humano por antonomasia. Esta imagen no sólo se limitó al libro, sino al sinfín de películas y piezas teatrales que ha inspirado en todo el mundo.

Un último dato

En Rumania, sobre todo en la región de Transilvania, el personaje más odiado es precisamente el irlandés Bram Stoker, por haber convertido a un héroe nacional en un chupasangre. Sin embargo, nadie ha podido torcerle el cuello a la gallina de los huevos de oro que el mito del conde vampiro ha significado para el turismo y la economía rumanos.

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