Por: Oswaldo Muñoz
París.- El Museo de los vampiros. Rue Jules-David, 14. Lilas. Metro Porte de Lilas (línea 11). Las visitas cuestan 6 euros. Para participar en una cena, hay que concertar cita. El conservador del museo, Jacques Sirgent, recibe grupos de 10 comensales y elige el menú en función de las personas seleccionadas. "Por instinto, capto su apetito y sus gustos", asegura. Los vinos propuestos tienen nombres tan exóticos como Castillo la soledad o Castillo gran deseo...
"A los siete años, un familiar me llevó a ver Nosferatu, la película de Murnau, y salí fascinado", explica Jacques Sirgent, justificando su pasión por las tinieblas. Este profesor de inglés y asesor de comunicación abrió en 2005 un museo dedicado a seres invisibles, muertos vivientes y vampiros. A la inauguración asistió el embajador irlandés en París para recordar a Bram Stoker, el autor dublinés que universalizó el mito del conde vampiro.
En un edificio de Lilas, un barrio de las afueras de París, Sirgent se entrega a su afición maníaca: coleccionar y exhibir libros, películas y documentos sobre vampiros (400 cintas, 32 ediciones originales de obras que abordan el tema, música, carteles...) y, por extensión fantasmagórica de la leyenda, entidades lúgubres sin forma precisa. Allí organiza veladas íntimas para charlar de historia, literatura, psicología, símbolos e ideas asociadas al universo gore. Aunque la teratología y ciertos fantasmas pueden intimidar (algunos fetiches y un sótano donde vemos reconstruidas escenas de terror con maniquíes y luces macabras), la personalidad del anfitrión, de vasta cultura, ajena a todo tratamiento sádico o de mal gusto del objeto expuesto, tranquiliza a los visitantes. Su mundo es imaginario, pero con los pies bien amarrados al suelo. Este hombre afable, refinado, y con pizcas sobresalientes de humor negro, dedica su tiempo a enriquecer las colecciones del museo, reseñado en algunos prestigiosos catálogos. "Me complace figurar anunciado en la misma página que el museo del Louvre", subraya malicioso. Para participar en un encuentro hay que concertar cita con antelación. Sirgent recibe a 10 comensales a la vez y elige menú y vinos en función del grupo seleccionado. "Por instinto, capto su apetito y sus gustos", afirma. Propone vinos de Burdeos de marca y con nombres sugestivos, como Castillo la soledad, o Castillo gran deseo.
Su desenvoltura en el relato fantástico, junto a sus metáforas monstruosas, seducen enseguida al visitante. El cuerpo del conde rumano Vlad Tepes Drakul no fue hallado nunca, cuenta. Gran señor, feudal tiránico y patriota heroico, falleció en una batalla contra los turcos en 1476, y su cadáver desapareció. Sirgent dice tener pruebas de su paradero. Aún guarda el secreto, pero acaba de publicar el libro La tumba de Drácula. Toda una declaración de intenciones.
"De la noche afloran risas mientras las copas dejan de sangrar", escribió hace poco un español en el Libro de Oro del museo. Su pareja confirma, una línea más abajo, sus impresiones y dice haber pasado una excelente velada en compañía de sibaritas y príncipes de las tinieblas la mar de simpáticos. Sirgent recibe a muchos estudiantes. De cualquier parte del mundo, llegan todos los días visitantes muy animados y con ganas de celebrar recepciones nocturnas excitantes en un antro sugestivo. Solitarios excéntricos, sensibles o adeptos a los misterios fabulosos y desdoblamientos de identidad, suelen unirse discretamente a las reuniones. Esta mansión-museo-restaurante sin parangón, al proponernos un menú lleno de temores ancestrales, recuerda, como un eco, las enigmáticas palabras del filósofo alemán Hegel: "Allá donde se satisface un espíritu, comprendemos la grandeza de su perdición". Sin embargo, cuando amanece, todo vuelve a ser normal.
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