Por: Fernando Vázquez
Todos hemos visto o sentido cosas raras en un momento u otro, pero no es razón para pensar que los muertos no tienen mejor cosa que hacer que andarnos asustando
A lo largo de la historia, la gente siempre ha creído en lo sobrenatural, en una u otra forma. Desde los espíritus de los antepasados hasta los «secuestros por extraterrestres», la humanidad siempre ha vuelto la mirada hacia lo milagroso, al enfrentar lo incomprensible. Una parte muy importante de este conjunto de creencias, presente en casi todas las culturas bajo diferentes formas, es aquella sobre la existencia de fantasmas, ya sean las almas de los difuntos, o «cuerpos ectoplásmicos» e «impresiones psicoplásticas», como especulan los modernos «investigadores» de lo paranormal.
Desde siempre ha habido testimonios de fantasmas y apariciones, y los relatos se encuentran presentes en casi todas las civilizaciones y grupos humanos. Siendo así, algo debería haber de cierto en ello, ¿no lo parece? Ciertamente, algo tan difundido tiene que ser una experiencia casi inherente a los seres humanos, pero, del mismo modo que si vemos una luz en el cielo -que no podemos identificar de momento- no es lo más sensato saltar a la conclusión de que se trata de una nave con visitantes interestelares, igualmente no debemos asumir que si sentimos una presencia o vemos una figura extraña es porque forzosamente estamos ante un espectro, un ánima en pena o un ser de «otros planos de existencia». No usar nuestra capacidad de razonamiento y sentido crítico sería negar las mismas cualidades que nos hacen humanos: nuestra inteligencia, y la habilidad de usarla para comprender la realidad.
Entonces, si desde siempre y en todo el mundo la gente ha relatado haber visto estas apariciones inexplicables, ¿qué pueden ser? Primeramente, una importante cantidad de testimonios sobre fantasmas, íncubos y –la nueva moda- secuestros por alienígenas, refieren que éstos ocurren usualmente en los momentos en que la persona está por dormir o a punto de despertar. Pues bien, se conoce lo suficiente sobre el funcionamiento del cerebro humano como para mencionar al menos un par de fenómenos que pueden explicar muchos de estos casos: la parálisis del sueño y los terrores nocturnos.
La parálisis del sueño consiste en que, cuando el organismo se prepara a dormir, las partes del cerebro que controlan los movimientos voluntarios del cuerpo (como de brazos y piernas, por ejemplo) se bloquean, para que podamos descansar sin que nuestros propios movimientos accidentales nos despierten o puedan lastimarnos. Pero en ocasiones el cerebro sigue en un estado próximo a la vigilia, o sea, la persona está consciente de su entorno y puede incluso abrir los ojos, pero no puede moverse y siente una opresión al respirar (el famoso «se me cargó el muerto») y suele presentarse una sensación de angustia o temor extremos, e incluso la idea de una presencia extraña y maligna. Todo esto desaparece al poco rato de despertar realmente. En este estado de «duermevela» pueden presentarse alucinaciones hipnagógicas, imágenes y sonidos que nuestro cerebro crea, como en sueños, pero estando la persona consciente parecerían completamente reales, cuando sólo están en la propia mente. El terror nocturno consiste en que la persona despierta repentinamente, gritando y muy asustada, sin recordar nada de lo que pudiera haber estado soñando, pero con un pánico que dura a veces varios minutos.
Respecto a casos de apariciones no relacionados con el sueño, nunca se ha podido presentar evidencia convincente -las fotografías suelen ser errores de cámara, o de plano engaños malintencionados- y los testimonios son, en el mejor de los casos, cuestionables, aun de personas de respetable reputación, debido a supersticiones, y la explicación más sencilla para algunos es lo sobrenatural.
Todos hemos visto o sentido cosas raras en un momento u otro, pero no es razón para pensar que los muertos no tienen mejor cosa que hacer que andarnos asustando. Hay que cuidarse más bien de los vivos, ¿no cree, estimado lector?
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